Cecil Rhodes, convencido de la superioridad de la raza blanca y angloparlante, consiguió en su medio siglo de vida hacerse millonario gracias a las minas de diamantes y a cambiar el mapa del continente africano. Mandó asesinar a miles de personas y llegó a dominar dos países que llevaron su apellido, Rhodesia del Norte y del Sur.
En la historia del siglo XIX, pocos personajes pueden superar en megalomanía al británico Cecil Rhodes. Al cumplir los 23 años, en 1875, proclamó: «África está esperando a los ingleses y es nuestro deber tomarla». Cuando murió, en 1902, a los 49 años de edad, había cambiado el mapa del continente negro, creando dos repúblicas de dominio político blanco que llevaban su nombre: Rhodesia del Norte y Rhodesia del Sur. Le llamaban El Coloso y era un racista imponente. Creó un ejército mercenario a su servicio y, en las guerras que desató contra los ndebeles, mató a miles de ellos. Hoy no hay nada que recuerde su nombre en África -ni un río, ni una montaña, ni una ciudad-, y Zambia y Zimbabue han sustituido en el mapa del continente a aquellas dos Rhodesias.
Cecil Rhodes nació cerca de Londres en 1853, el sexto de los hijos de un clérigo anglicano. A los 16 años le fue detectada una enfermedad en la aorta y el médico le recomendó un viaje por mar. Desembarcó en Natal (Suráfrica) en 1870, dispuesto a ser granjero, poco tiempo después de que este territorio hubiera sido anexionado oficialmente al Imperio Británico. Más al norte, los bóers, colonos de origen holandés, mantenían la independencia de las repúblicas de Orange y Transvaal frente al expansionismo británico. Los bóers, o afrikans, eran un pueblo de fanáticos religiosos dedicado por lo general a la agricultura.
Un año antes de la llegada de Rhodes se habían descubierto ricas minas de diamantes en las riberas de los ríos Vaal y Orange. Y miles de aventureros y buscavidas se lanzaron en masa hacia los territorios bóers en busca de fortuna. Rhodes siguió aquella riada de avaricia en 1871 y, cuando llegó a Diamond City, como era conocida la ciudad de Kimberley, ya se encontraban allí 40.000 blancos intentando hacerse millonarios.
Pero Rhodes fue el más listo. Comenzó a adquirir todas las licencias de explotación que se ofrecían en venta y, con sus beneficios en la explotación, compraba más y más. En 1873 dio el gran golpe. Los expertos en minería consideraron que la principal mina de Kimberley, De Beer, había quedado agotada. Rhodes la compró de inmediato a un precio irrisorio. Y resultó que en las capas inferiores había muchos más diamantes que en las superiores, y de mayor peso y calidad. Así pues, con 20 años de edad era uno de los hombres más ricos de África. No obstante, siguió comprando, y en 1885, su empresa De Beers Mining Company controlaba 360 de las 622 concesiones de Kimberley. La compañía sigue hoy día monopolizando el mercado mundial del diamante. En 1886, en el actual Johanesburgo, apareció el mayor yacimiento de oro registrado hasta entonces en el mundo. Rhodes se lanzó a comprar concesiones, y en 1889, su compañía lograba el monopolio casi total del oro y los diamantes surafricanos. Con 36 años se había convertido en una de las principales fortunas de Inglaterra.
El País, 8-I-2006.